“Aprende a vivir”
Es siempre el exilio una desventaja. El alejamiento permite que uno pose sobre su país, su pasado y su historia, una mirada un poco extranjera. Cuando uno habla de su tierra, titubea, va a tientas. Uno se siente frágil ante una situación que en todo momento puede escapársele. Tal vez se sienta más ternura. Otras veces se opta por el silencio, por la libre interpretación.
El exilio es un viaje duro, en el momento en que se siente la soledad. Una soledad más ligada a la memoria de lo esencial que cada cual arrastra que a los recuerdos ordinarios. Si no, estimo que el exilio no es algo doloroso porque no es solamente partir de su país hacia otras latitudes. Es también caminar hacia adelante, conocerse y habitarse. Después de haber vivido nuestros propios demonios y embelesos, necesitamos saber quién es el Otro. Pero sigue existiendo un imperativo: conocerse primero. Después de lo cual el exilio se convierte en investigación. Hay que sumergirse en la geografía interior del Otro, teniendo mucho cuidado de no caer jamás en la tentación de pretender que sea un retrato de uno mismo, so pretexto de uniformar ciertos detalles.
Durante mucho tiempo viajé con un corazón y un espíritu tranquilo, diciéndome que podría regresar a casa cuando fuera mayor y si lo deseara. Las cosas han cambiado Si ganaba la opción «No», es decir, no se aprobaba el candidato propuesto, el periodo presidencial de Augusto Pinochet se prorrogaría por un año más, hasta el 11 de marzo de 1990, al igual que las funciones de la Junta de Gobierno, y vencido dicho plazo tendrían plena vigencia las normas permanentes de la Constitución Tuve la impresión de que la puerta se cerraba bruscamente dejándome fuera. Me resultó difícil comprender lo que estaba sucediendo, cómo se había llegado a esa situación. Me sentí alienada, como si tuviera que retomar todo desde cero. El exilio comienza cuando no se tiene la posibilidad de recuperar el país que hemos dejado, cuando el camino de regreso se vuelve doloroso.
Me preguntaron hace años qué es el exilio… entonces me dije: Hace años que es un rincón tranquilo de Noruega, leí «En un libro sobre la guerra civil Española un relato sobre la ruta del norte que escribió un padre que envió a sus hijos en un barco a Noruega (…) Yo, que estaba al abrigo de la miseria y había conocido la guerra sólo a través de los libros, me veía también al abrigo del exilio hasta el final de mis días… En esa época ignoraba que un día, a mi pesar, la mano injusta de la Historia haría de nosotros, “El Hombre de la ruta del norte” que la locura dividiría a todo un país dispersándose los chilenos por todo el mundo, lejos de sus padres, madres, hijos y hermanos. No conozco entre mis allegados una sola familia a quien el desgarramiento del exilio no haya golpeado y que sin haber leído el exilio español no haya vivido la historia, quién no haya padecido su dolor en carne propia no puede hablar de un exilio dorado.
Cuando se vive el exilio no se tiene una verdadera identidad me dijo una vez un refugiado. En Noruega, España o en Francia, me siento bien y mal, en casa y forastero, lejos y cerca de todo. Esta distancia me interesa, permite una cierta perspectiva, ver más lejos, distinguir la forma. Un exiliado ha de saber aprovechar esto. Si el exilio es un recorrido iniciático, es también un ejercicio que pone a prueba nuestra autenticidad: es el abandono de las ilusiones, las utopías, las apariencias, para alcanzar cierta lucidez y aprender a distinguir lo bueno de lo malo, rechazando la falsa tolerancia, que permite una aparente paz interior, por la auténtica tolerancia, que exige la inmersión en lo universal (…) El exilio impuesto ha llegado a ser para mí un exilio voluntario en busca del tiempo perdido y de una resurrección espiritual. Aceptarlo supone en parte volver al menos a ser yo misma.
¿Encontrar la felicidad en tierra extraña es más paz interior que alegría?
Para mi es sentirme feliz no se parece a la risa, no tiene tanto que ver con llegar a algún lugar, sino con seguir el rumbo que da sentido a nuestra vida. Es una maravillosa síntesis que en la belleza de su poesía dice casi todo lo que deberíamos saber acerca del gran desafío de ser feliz en tierra extraña, pero a su vez muy cercana.
¿Es una tierra extraña?Luego de habitarla tantos años, me es más cercana y cada día soy mas feliz. Me hace saber que la felicidad nada tiene que ver con el deseo de dejar de ser lo que cada uno es, sino, por el contrario, con ser auténticamente uno mismo.
Es aprender que el camino que conduce a la deseada felicidad comienza siempre con la propia decisión de ser feliz, asumiendo la responsabilidad de esa elección. Nos abre los ojos, finalmente, a una verdad incuestionable: pocas cosas existen más deseables e importantes en esta vida que el deseo de ser feliz.
Si nos dijeran que podemos hacer realidad un solo sueño, ninguno sería más apropiado que el deseo de ser feliz.
Muy lejos de la maravilla de este relato me queda el don de la poesía, explicar con aprendidas palabras el sentido que hoy doy a la tan buscada felicidad.
Cada vez que digo frente a mis hijos a un grupo, sean amigos, colegas o pacientes, que irremediablemente somos responsables de nuestra felicidad y, por añadidura, responsables de cómo nos va en la vida, escucho el murmullo de desacuerdo de algunos de los presentes y el reclamo protestón de casi todos los demás.
Algunas veces, quizá solo para provocar el debate que mucho me interesa, me animo a preguntar, casi sabiendo la respuesta:
—¿Qué sucede? ¿No están de acuerdo?
Con algo de duda y mucho de cortesía, la respuesta siempre es la misma:
—Sí… Bueno… de alguna manera…
Y yo, como siempre, leo en esa respuesta “diplomática” que, más allá de sus dudas, creen que no, pero saben que sí.
Para muchos preparar su muerte es aniquilar el deseo de vivir y es algo que todos sabemos, aunque nos duela aceptarlo:
Por acción o por omisión, por decisión previa o posterior, por dejar pasar o por haberlo producido, siempre somos parte de lo que nos sucede.
Pero claro, es muy duro aceptarlo; así, sin peros... tal vez sea porque esta declaración de involucración inapelable nos confronta con la responsabilidad de cambiar lo que no está bien… y no solo en nuestro microcosmos, sino en la vida de todos y todo el tiempo.
Quizá asumir de plano tanta responsabilidad nos obliga a aceptar cierta complicidad en cada una de nuestras frustraciones. Nos duele, nos molesta, nos irrita y nos subleva que las cosas no sucedan como soñamos, como deseamos, como deberían suceder o como nos convendría que sucedieran.
En la vida real, la de todos los días, a pesar de nuestra queja, las cosas difícilmente salen exactamente como deseábamos, y cuando se asemejan a eso, no ocurren en los plazos que habíamos imaginado.
“Cuando el miedo y los fantasmas del pasado nos frena a vivir”
La duda, la indecisión y el miedo nos frenan demasiado a menudo para poder actuar adecuadamente ante la realidad a la que nos enfrentamos.
Por si fuera poco, a nuestro alrededor están “los demás”, que, con todo derecho, están persiguiendo sus propios sueños, no siempre deseosos de colaborar con nosotros. Por no hablar de los que están prolijamente abocados a boicotear los sueños ajenos.
“La felicidad es un largo viaje consigo mismo”
Muchas veces, la posibilidad fáctica de que nuestro deseo se cumpla en este momento es prácticamente nula. Lo cierto es que, en el mundo de lo cotidiano, siempre encontraremos dificultades, obstáculos y limitaciones para hacer realidad un sueño, cumplir un deseo o, simplemente, poder seguir nuestro camino sin perder el rumbo. Tendremos que elegir cada vez más conscientemente entre dos actitudes:
Culpar al exterior y esperar que cambie, o hacernos partícipes de la frustrante realidad y ser cómplices de ese cambio. Es decir:
Asumir la responsabilidad de actuar en coherencia con mis deseos trabajando activamente, afrontando el coste y el riesgo que conlleva el camino La tradición de todos los pueblos encierra su sabiduría y nos la lega en costumbres, en maneras de actuar, en leyendas y en frases que nos siguen sorprendiendo por nuestro prejuicio y tendencia a despreciar lo primitivo, negando que de allí venimos y que eso somos.
Los indígenas de toda América adoraban la fuerza de la naturaleza y cantaban alabanzas al Sol, a la Luna, al Viento… A ellos imploraban una buena cosecha, un invierno benévolo o el favor de los vientos para que los llevaran a las costas más prósperas. Confiaban en sus favores con devoción; sin embargo, no dejaban de esmerarse para que esos dones pudieran manifestarse en toda su plenitud.
Los araucanos, más al sur de Chile, creían que los dioses premiaban a los que limpiaban perfectamente la tierra de malezas y a los que trazaban los surcos del arado en perfecta simetría. La recompensa divina consistía en hacer más abundante la cosecha.
El pueblo sufí, muy lejos geográficamente, pero no tanto conceptualmente, con mucha sensatez, recomienda a cada uno de sus hombres: “Confía mucho en dios... pero ata tú mismo a tu camello”.
El pueblo Sami. Mantiene la creencia tradicional en el panteísmo, en el animismo y en el chamanismo.
"Estamos reodeados de dioses y deidades. Los encontramos en la tierra, en el cielo, en el mar, en las montañas, y en particular en rocas y en árboles", me explicaba Bode Olsen, quien se autodefinde como "un sami del mar".
"Los sami creemos que cuando morimos no viajamos a ningún lado. Simplemente nos movemos a una dimensión paralela debajo nuestro. Allí están los muertos". "Así que cuando caminas, ya sea para adelante o para atrás, tienes como una contraparte espiritual debajo de ti, conectada a tus pies."
Los sami creen que la naturaleza es sagrada y veneran la tierra, el cielo, el mar, las montañas, las rocas y los árboles. “Y si ves un pez en el mar sabrás que tiene una contraparte en el cielo en la forma de un pájaro".
Los sami tenían chamanes que según sus creencias podían moverse entre el mundo de los vivos y los muertos, llevando mensajes, comunicándose con los espíritus de la naturaleza y sanando.
Los indios sioux también tienen una frase a la que vuelvo una y otra vez y que compartió conmigo un hombre orgulloso de su raza en Estados Unidos:
“Siempre será más fácil fabricarse un par de sandalias que querer tapizar de piel el camino”
Tal vez no importe la secuencia de los hechos, pero es evidente que la más efectiva de las tareas se lleva muy bien con el tiempo que le dedicas, con el interés que despierta en ti y con tu mejor aprendizaje o habilidad en el uso de las mejores herramientas.
No se trata de perseguir lo que no tenemos ni de fantasear sobre lo felices que seríamos si lo consiguiéramos. Se trata de comprender de una vez para siempre que la felicidad depende de lo que sucede de la piel para adentro, mucho más de lo que ocurre de la piel para afuera.
Deberíamos recordar cada mañana que ser feliz no está necesariamente relacionado con la risa, la alegría, el baile o el festejo (aunque los que nos sabemos felices, ciertamente nos reímos más, festejamos la vida y estamos casi siempre dispuestos a compartir con los demás el placer de la vida danzando y cantando).
Para mí y para muchos de mis maestros, la felicidad se parece más a la paz interior que a la alegría, no tiene tanto que ver con llegar a algún lugar, sino más bien con seguir adelante en el rumbo de aquello que da sentido a nuestra vida; no está relacionado con lo que logramos, sino con la certeza de no.
Estas pocas palabras quizá puedan aclararnos por qué la felicidad la encuentra cada uno en su propio y personal camino y por qué es tan difícil que mi rumbo coincida al cien por cien con el de otros. Qué bueno sería aprender y aceptar que aquellas decisiones que me permiten, quizá, sentirme el más feliz de los mortales pueden no ayudar a otros a sentirse felices ni siquiera por un momento.
En el exilio no podemos hacer felices a otros, y nadie puede hacernos felices. Nadie puede hacer por ti lo que solo tú puedes hacer por ti.
Y una de esas cosas es ocuparte de ser feliz en la tierra que te acompaña, es aprender a vivir en ella desde un comienzo con la razón. Aprender sus tradiciones y hacerlas propias, entenderlas porque sólo así podrás ser heredero de tu nuevo destino. En mi propio camino me encontré un día con este pequeño texto que hoy evoco para terminar esta nota:
"Con todo lo que tenía salí de Chile un día a comprar un final feliz, pero como no encontré ninguno que me llenara por completo, decidí invertirlo todo en comprarme un nuevo comienzo."
Acerca de la autora:
Leandra Brunet. Es chilena y posee la nacionalidad noruega. Nació en Santiago en 1961 y reside en Noruega desde que la dictadura de Pinochet exilió a su mamá. Es Ingeniero y ha trabajado en diversos grupos de solidaridad y derechos humanos. Trabajó en colaboración con la UNEAC en el proyecto Caribculsur en Cienfuegos- Cuba - Noruega. Traductora de diversos libros y programas de computación es también diseñadora de vestuario, actividad por la que obtuvo el Premio Nacional de Diseño en Noruega el año 1994 por su "Exposición en piel de pescado". Debutó como escritora con "Amar en tiempos de crisis" en Santiago de Chile en 2009. Seleccionada en antología por Mago Editores.